Durante un tiempo conviví con algo que no se veía, pero que pesaba como una piedra en el pecho: la ansiedad. A veces venía acompañada de ataques de pánico, otras veces era solo esa sensación persistente de estar a punto de romperme. También hubo heridas más profundas, experiencias dolorosas que marcaron mi historia. No fue fácil. Y no lo digo con orgullo, lo digo con la verdad de quien ha tenido que aprender a pedir ayuda.
“Sanar no siempre se ve bonito desde afuera. A veces es llorar en silencio. A veces es tomar una pastilla. A veces es simplemente no rendirse.”
Sí, hice terapia psicológica. Sí, necesité apoyo farmacológico. Y lo agradezco profundamente. Pero hubo algo más, algo que no estaba en las recetas ni en los manuales, algo que sucedía en los días más oscuros, cuando todo parecía perdido.
En esa época vivía en una casa sin televisión, sin ruidos, sin distracciones. Estaba sola la mayor parte del tiempo. Y fue ahí, en ese silencio casi brutal, que ocurrió algo inesperado: empecé a pintar.
Compraba hojas grandes de bristol y ponía música en los auriculares. No tenía técnica, no tenía un plan. Solo dejaba que los colores salieran. Manchaba, salpicaba, arrastraba líneas con los dedos. Era algo visceral. A veces, cuando terminaba, rompía todo y lo tiraba. Otras veces colgaba el papel en la pared y lo miraba durante horas.
“Aquellas manchas abstractas eran como espejos. No entendía lo que decían, pero me hablaban.”
De alguna forma, cada trazo que dejaba en el papel era una parte de mí que salía a la luz. Un miedo, una rabia, una esperanza. Y aunque no lo supiera en ese momento, estaba haciendo arteterapia. Una muy intuitiva, muy cruda. Pero profundamente honesta.
“El arte me sostuvo cuando no sabía cómo sostenerme a mí misma.”
Con el tiempo, esas sesiones improvisadas de pintura se volvieron una forma de diálogo interior. Dejé de romper todo lo que hacía. Empecé a ver belleza en el caos. Y también sentido.
No siempre es fácil hablar de estas cosas. Pero si algo aprendí en este camino es que compartir también es una forma de sanar. Si tú, que estás leyendo esto, estás pasando por algo parecido, quiero decirte algo con todo el corazón: no estás solo. No estás sola. Hay muchos caminos hacia la luz, y a veces el más inesperado es el que nos salva.
“La salud mental también se pinta. Con colores torpes, con trazos inseguros, con manchas que a veces solo entendemos tiempo después.”
Gracias por leerme. Gracias por estar aquí.
Caterina


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